Entre las terribles peripecias vividas por seres humanos en la segunda guerra mundial, la que aquí relata Walter Gibson es sin duda una de las más trágicas. Poco después de la caída de Singapur, un barco holandés, el Rooseboom, zarpó rumbo a Ceilán con quinientos evacuados, en su mayor parte civiles y soldados británicos. En medio de la noche fue torpedeado y se hundió en pocos minutos. Sólo quedó a flote un bote salvavidas y en él se apiñaron ciento treinta y cinco personas, sobrevivientes del naufragio. Durante veintiocho días, la pequeña embarcación recorrió cerca de mil millas, hasta que encalló en las costas de una isla próxima a Sumatra. El hambre, la sed, el agotamiento y la tortura de un sol implacable aniquilaron el grupo. De los ciento treinta y cinco ocupantes del bote, sólo cuatro sobrevivieron. Uno de ellos es el autor de este apasionante relato.
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